Hace casi 20 años que hago senderismo por alta montaña. Crucé el desierto de Jordania, la selva Boliviana y la Amazónica, pero los Alpes son lo que más me toca. El olor de las flores y de los pinos en el valle, la dureza de las rocas afiladas o la suavidad de las erosionadas, la aridez del suelo cuando la vegetación desaparece, la fuerza de las montañas, la fragilidad de los primeros ventisqueros, la pureza de la nieve, las grietas abisales, la inmensidad.
A partir de 2000 metros de altitud, me siento bien; cuando los paisajes son sobrecogedores, la sociedad de consumo te parece muy lejos, cuando por fin el tiempo se detiene. A pesar de la ausencia de confort, del cansancio, experimento la sensación de estar justo en el sitio donde debo estar. Disfruto del “ahora” que me libera del peso del pasado y del desconocido del futuro.
Mis esculturas son momentos de sincronización perfecta con el presente, experimentados en contacto con la naturaleza. Solo tiene importancia la forma del árbol, el hito que me enseña el camino, la roca en equilibrio en el pico, la cordada que me empuja en crestas
El proceso de creación es similar a una excursión en montaña : sigo adelante libre y en silencio, en equilibrio entre la tierra y el vacío, eligiendo en cada momento la dirección que me atrae, aprovechando el momento sin pensar al futuro. Sé cual es la emoción que quiero vivir de nuevo sin conocer la forma final que tomará. Me dejo llevar por las líneas, el juego de la luz con las sombras, disfrutando de la escultura que crece sola ante mis ojos.
Son de arcilla, son formas orgánicas. Expresan el silencio, la serenidad, la imprevisibilidad, la libertad, la felicidad, la simplicidad, el regreso a lo esencial. Me permiten transmitir energía positiva.