Al principio, la nada, luego el Big Bang, lo que era 1 se convierte en 2. Desde entonces, nada puede vivir sin su complemento. El día no puede existir sin la noche, el tiempo sin un antes y un después, el amor sin el odio... De esta danza dinámica surge la expansión del mundo. De su evolución surge la materia: tierra, agua, aire y fuego. Su constante interacción es un vano intento de recrear el origen del mundo.
El arte zen es mi corriente de expresión: purificar la arcilla con agua, secarla al aire, recuperar la tierra de las montañas, someter mis esculturas a la prueba del fuego, hacer que los elementos interactúen entre sí en un intento de redescubrir el sentido de todo. Mis esculturas son minimalistas, dejan mucho espacio al vacío para evocar una sensación de calma interior y meditación. Pretenden transmitir la esencia de la sencillez, la armonía y la tranquilidad.
La experiencia de varias vidas me ha llevado a la tierra y al fuego.
Años en el mundo de la industria me hicieron darme cuenta de que sufría una falta de naturaleza y libertad: largas jornadas, espacios abiertos asépticos, largos desplazamientos... y perspectivas profesionales que no me hacían soñar. Metro, trabajo, sueño, mi vida no tenía sentido. Pero de mi pasado como ingeniera conservo la necesidad de lo esencial, la pureza matemática, el rigor, el ingenio y, sobre todo, un apetito insaciable por la investigación.
Mi vida de fotógrafa ha sido un renacimiento. Me enseñó a ver el mundo desde otro ángulo. La escritura apareció entonces para acompañar a mis fotos. Fue el comienzo de una reflexión interior sobre el sentido de la vida y la búsqueda de la felicidad. La naturaleza y los animales ya estaban omnipresentes en mis creaciones.
La escultura llegó a mi vida hace unos 15 años. 15 años viendo cómo mis manos seguían su inspiración, 15 años de ensayo y error, probando el bronce, la madera y la piedra, probando diferentes arcillas, estudiando todo tipo de acabados: pigmentos, cera, óxidos... Pero al final fue la sencillez de la arcilla la que me conquistó y fue el fuego el que la transformó, aportando la espontaneidad y la imperfección que dan alma a cada una de mis piezas.